Traum

Una casa en un pequeño pueblo de poco más de trescientos habitantes. No es ni mucho menos de las más grandes a pesar de sus ocho metros de fachada, pero si que está muy bien situada. A mano derecha una antigua entrada para los carruajes y a mano izquierda el parking de uso actual. La entrada queda centrada entre ambas.
La casa consta de dos plantas, una de ellas practicamente en desuso, es una planta dormitorio, pero para acceder a ella es necesario subir unas escaleras grisáceas de mármol gastado y resbaladizo al que acompaña una barandilla de madera de un color oscuro por el paso de los años. El blanco de las paredes se ha convertido en un color amarillento, al que no ayuda nada la casi nula iluminación, de hecho sólo hay la que entra de una pequeña ventana de ochenta por sesenta que normalmente permanece abierta para ventilar la estancia y que, en los días de ventisca, se abren y cierran sin control, y por la que se cuela algún pajarillo que todavía dan al espacio un aire de intranquilidad e incomodidad. Una vez en el piso hay una ambiente poco acogedor, falta vida.
Los mayores siempre me habían dicho que no debía subir allí, pero en una tarde de travesuras veraniegas, lo hice. El primer tramo de las escaleras trate de subirlas con sigilo y de puntillas para no hacer demasiado ruido, pegada a la pared como si quisiera esconderme tras ella, pero de la nada, aparecieron cuatro personajes enormes o por lo menos yo, los veía enormes.
Eran todos bastante parecidos, altos, extremadamente delgados y huesudos, de piernas larguísimas y con una vestimenta peculiar. Con semejante patuaje eran capaces de subir los escalones de cinco en cinco, cosa que me a mi se me hacía totalmente imposible. Curiosamente tenía gran destreza en subir a gatas. Por una extraña razón, estos cuatro hombres querían atraparme, y eso no podía ser porque tenía prohibido subir y nadie podía enterarse. Así que piernas para que os quiero. A pesar de ir más lenta, era mucho más hábil, así que nunca conseguían cogerme, y no sólo eso si no que siempre acababan rodando por la escalera hasta el último peldaño, y se acababan esfumando tan misteriosamente como habían venido.
Por suerte, suena el despertador, después de todo me levanto con dolor de piernas y cansada. No sabían con quien jugaban esos extraños personajes.

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