Big Box

Llegar a casa y encontrarme con semejante mamotreto plantado en el pasillo de metro por cincuenta centímetros, es cuanto menos sorprendente, y más cuando el paquete que espero apenas abulta un palmo y no llega a los 50.
Por un momento pensé que mi costillar se había vuelto loco con las últimas rebajas, pero teniendo en cuenta que el piso está full equip, y que en el coche, a menos que me deje a mi y a todo el equipaje, no cabe ponga como se ponga, busqué el albarán de entrega pegado en el reverso de la caja.
Era para el vecino dos puertas más allá, un inglés que vive sólo, que el domingo me tuvo esperando en la entrada porque no daba con el juego correcto de la cerradura. Cierto es que es algo complicado, tampoco voy a decir que fue cosa de su torpeza.
El caso es que como no se encontraba en casa, imagino que el repartidor probó suerte en todos los bajos por si acaso, porque eso sí la mercancía no se la llevan de vuelta, la dejan si o si, a buen recaudo por eso.
A las seis y media justas vino el inglés a buscar su juguete, como un niño con zapatos nuevos entró despistado y se fue tal cual, quiero pensar que estaba emocionado con el paquete en cuestión y que no cayó en decir nada.
A todo esto mi imaginación más malévola empezó a volar, si allí tuvieran que dejar a mis vecinos mis paquetes, unos aparecerían abiertos, como ya pasó con mis targetas bancarias evidentemente sin activar, dos igual esa tarde hubieran sido víctimas de un robo a mano armada por una banda organizada o algo así o tercero directamente no sabrían nada del tema.

En seguida me acordé de ellos y me supo mal, me dieron pena. Así que, retiro lo imaginado... pero ya advertí que se trataba de mi imaginación más malévola, y a veces se va sola y es difícil de controlar...

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